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martes, 7 de noviembre de 2017

Lectura Dramática

Para interpretar Shakespeare (micro ensayo)

"El amor es un humo que sale del vaho de los suspiros; al disiparse, un fuego que chispea en los ojos de los amantes; al ser sofocado, un mar nutrido por las lágrimas de aquellos; ¿qué más es? Una locura muy sensata, una hiel que ahoga, una dulzura que conserva."  Romeo y Julieta, Acto I, Escena I.
¿Qué es lo que piensas cuando lees estos versos? o mejor aún ¿Qué es lo que sientes?  Tómate un momento para leerlos otra vez.
Si te tomaste el tiempo necesario para hacerlo, es probable que llegues a la misma conclusión que el escritor irlandés Frank McCourt “Leer a Shakespeare es como tener joyas en la boca”. No sólo por definir lo que es el amor y sus estados en la vida de los amantes; sino porque usa una poesía capaz de tocar las fibras más profundas del alma.
Cuando nos referimos al termino de “Lectura dramática”, hacemos alusión al tipo de lectura interpretativa que, como su nombre lo indica, da cierto matiz o color a la hora de ser leído, y ese matiz es una amalgama entre lo que el autor dice y lo que el intérprete siente.
Por lo cual, cuando Romeo le dice a su primo Benvolio “El amor es un humo que sale del vaho de los suspiros”, el intérprete debe sentir, pensar, construir palabra por palabra en el imaginario de su mente con una imagen que represente lo que está diciendo. Sólo en ese momento el autor y el intérprete se unirán en un solo.
Kristin Linklater, maestra de voz del London Speech and Drama School afirma que leer a Shakespeare o hacer una interpretación de él se asocia con la imagen de un niño de cinco años haciendo una pataleta. Aunque suene extraño, mantengamos esa imagen clásica de un niño llorando, gritando, revolcándose, pateando con su cabeza roja y a punto de estallar en un centro comercial porque seguramente sus padres no quisieron comprarle un caramelo. Sí, vamos a esa imagen y centrémonos en ella por un momento. Si analizamos bien, nos daremos cuenta que la ira, la rabia y la desesperación de un niño de cinco años brotan por todo su cuerpo, en cada centímetro de ese pequeño se brota una emoción y comunica un mensaje, sus palabras, una a una están llenas de una verdad innegable para el niño y, sus padres ante la vergüenza del escándalo, es muy probable que accedan a sus demandas.Ahora bien, por más gracioso que nos parezca el evento, divertido de admirar y penoso de vivir, esto es Shakespeare y la ingenua, pero real interpretación de nuestro niño de cinco años nos enseñan cómo se debe entender a Shakespeare y qué se debe tener en cuenta a la hora de interpretarlo.
Cuando el audaz Aaron, el esclavo de la reina Tamora, grita a voz en cuello “¡Sí, y hubiera cometido mil atrocidades más y hasta ahora, maldigo el día en que no haya hecho un gran mal!” (Tito Andrónico, Acto V, Escena I) el moro nos dice con todo su ser “¡Sí, lo hice y no me arrepiento de haberlo de hecho!”. Esta confesión tan directa y pública ocurre porque Shakespeare es capaz de llevar a los intérpretes al límite. Harold Bloom afirmar que leer a Shakespeare es como estar al borde de un precipicio y estar dispuesto a saltar, sin dudas ni arrepentimientos.
A diferencia del lenguaje tan banal del siglo XXI, no porque lo sea sino porque en eso lo hemos convertido, donde la palabra no tiene ningún sentido y donde marica, hijueputa, y amigo tienen el mismo significado y muy poca relevancia, en el siglo XVI la palabra era la única manera de crear grandes universos, y más que describir los desgastados arquetipos de la Europa medieval, Shakespeare era capaz de describir al ser humano en lo más puro de su esencia, por lo cual, para él todas las palabras son importantes y cada una de ellas tiene que pasar por el paladar de nuestra boca para ser degustadas como los más deliciosos manjares.
Por eso, es inevitable quedarse impávido ante palabras como “¡Silencio! ¿Qué ilumina desde aquella ventana las tinieblas? ¡Es Julieta, es el sol en el oriente! Surge, espléndido sol, y con tus rayos mata a la luna enferma y envidiosa, porque tú, su doncella, eres más clara.” (Romeo y Julieta, Acto II, Escena I) Donde todo el sentimiento de un hombre que se confiesa ante la admiración de una mujer.
Kristin Linklater afirma que a la hora de leer e interpretar Shakespeare debe haber una conección de las 3 Ms en inglés Mind, Mouth and Middle o Mente, Boca y Centro. Es decir, el intérprete debe ser capaz de asociar imágenes con lo que está diciendo y eso que dice debe producirle algo en el intérprete, debe generar algún tipo de sensación para él y para quién lo escucha.
El maestro ruso de la interpretación, Constantín Stanislavski, afirma que a la hora de enfrentarse a un texto dramático, el intérprete debe leerlo primero en su mente, es decir, carente de toda interpretación, pues lo fundamental es entender qué es lo que está diciendo el autor y qué es lo que esa lectura le genera. La lectura en voz alta va a ser una amalgama entre esas dos perspectivas. Para Stanislavski, las primeras lecturas que se hagan de un texto son para comprender y deben ser alejadas de cualquier tipo de falsas interpretaciones, es decir, se debe tener muy claro el sentido del texto, pues de lo contrario, el intérprete va a empezar a leer lo que él cree que es correcto y caerá en todos los clichés de lecturas teatrales que carecen de toda verdad y correcto sentido interpretativo.
A diferencia de la mayoría de dramaturgos del siglo XX en adelante, en Shakespeare no hay subtexto, es decir, lo que está escrito es exactamente lo que se quiere decir; por supuesto que en Shakespeare hay ironía como lo es el caso de Ricardo III “Yo, groseramente construido y sin la majestuosa gentileza para pavonearme ante una ninfa de libertina desenvoltura; yo, privado de esta bella proporción, desprovisto de todo encanto por la pérfida Naturaleza; deforme, sin acabar, enviado antes de tiempo a este latente mundo; terminado a medias” (Ricardo III, Acto I, Escena I), pero aún así, las cosas son como son y todas los sentimientos y emociones son llevados al límite, como en el caso del niño de cinco años que difícilmente va a parar su pataleta si no obtiene lo que quiere. Lo mismo ocurre en Shakespeare, sus personajes no dejan de hablar y maquinar hasta el punto en que consigan lo que quieren y no escatiman en dar sus vidas, su tiempo o su juventud, con Shakespeare no hay puntos medios ni dudas, y cuando los hay, rápidamente los personajes toman un partido o mueren, como es el caso de Ofelia en Hamlet cuando no sabe si creer a la voz de su padre o a los comportamientos de Hamlet Y yo, la más desconsolada e infeliz de las mujeres, que gusté algún día la miel de sus promesas suaves, veo ahora aquel noble y sublime entendimiento desacordado, como la campana sonora que se hiende(Hamlet, Acto III, Escena IV).
A manera de conclusión se puede decir que para leer Shakespeare algo tiene que movernos por dentro, para leer Shakespeare hay que querer leer Shakespeare, meditarlo, degustarlo, sentirlo decirlo y sobretodo, interpretarlo.


Juan José Galeano Pareja
Estudiante de Arte Dramático
Universidad Central - Teatro Libre

Bibliografía

  • Bloom, H. 2002. Shakespeare: La invención de lo humano. Traducción de Tomás Segovia. Editorial Anagrama Barcelona.
  • Linklater, K. 2009. Freeing Shakespeare’s Voice: The actor’s guide to talking the text. The Educational Drama and Journal Magazine
  • Shakespeare, W. 1941. Obras completas de William Shakespeare, Estudio preliminar, traducción y notas de Luis Astrana Marín. Cuarta edición revisada. M. Aguila. Editor Madrid.
  • Toporkov, V. 1961. Stanislavsky dirige. Buenos Aires: Compañía General Fabril Editora, S.A.

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